La tercera entrega de la saga de transposiciones de novelas de Agatha Christie con Branagh como director y protagonista en el papel del detective Poirot es, para bien y para mal, más de lo mismo respecto de lo mostrado en Asesinato en el Expreso de Oriente y Muerte en el Nilo.

Cacería en Venecia (A Haunting In Venice, Estados Unidos/2023). Dirección: Kenneth Branagh. Elenco: Kenneth Branagh, Tina Fey, Camille Cottin, Riccardo Scamarcio, Kelly Reilly, Jude Hill, Jamie Dornan, Rowan Robinson, Michelle Yeoh, Emma Laird, Kyle Allen y Ali Khan. Guion: Michael Green, basado en el libro Hallowe’en Party / Las manzanas, de Agatha Christie. Fotografía: Haris Zambarloukos. Edición: Lucy Donaldson. Música: Hildur Guðnadóttir. Distribuidora: Disney (20th Century Studios). Duración: 103 minutos. Apta para mayores de 13 años. 

Alguna vez Branagh dedicó buena parte de su tiempo a montar obras de teatro y a filmar películas basadas en obras de William Shakespeare (Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces, Sueño de una noche de invierno, Hamlet, Amores perdidos, Como gustéis, Romeo y Julieta), también incursionó en otros clásicos (Frankenstein, Juego Macabro, La Cenicienta) y hasta en el universo de Marvel (Thor) e hizo obras íntimas y autobiográficas como la multipremiada Belfast, pero en los últimos tiempos parece haber encontrado su lugar en la industria con las transposiciones de novelas de esa maestra del misterio que fue la británica Agatha Christie (1890-1976). Tras los éxitos comerciales a escala global de Asesinato en el Expreso de Oriente (2017) y Muerte en el Nilo (2022), ahora es el turno de Cacería en Venecia, basada en la novela Hallowe’en Party (Las manzanas en castellano) que la autora publicó en 1969.

Y, más allá de que en este tercer opus hay algunas novedades del orden de lo fantástico (y ciertos elementos propios del género de terror), la sensación que deja es similar a la de los dos films precedentes: productos prolijos, correctos, satisfactorios, pero sin demasiada audacia. Una fórmula que no defrauda y hasta por momentos convence, pero que al mismo tiempo resulta efímera, rápidamente olvidable.

Además de director y productor (junto a otras figuras como Ridley Scott), Branagh retoma en pantalla el personaje del Hércules Poirot con ese inglés “afrancesado” (el excéntrico y bigotudo inspector es belga) que siempre coquetea con el ridículo, pero termina siendo entre pintoresco y simpático.

Estamos en 1947 (plena época de carencias en Italia) y Poirot está no solo retirado sino incluso medio recluido en Venecia, aunque su fama es tal que no son pocos los que se acercan a su morada para rogarle que investigue sus casos.

Tras las tomas turísticas de “rigor” (Branagh y equipo no iban a perderse la oportunidad de regodearse con imágenes de palacios y góndolas por los famosos canales con esta “mudanza”, ya que la novela original transcurría en Inglaterra), aparece en pantalla Ariadne Oliver (Tina Fey), una escritora estadounidense de best sellers y vieja amiga del protagonista que lo convence de salir de su letargo y volver a la acción.

Luego de una fiesta infantil de Halloween, ya en medio de una tormenta “bíblica”, comenzarán las situaciones tenebrosas, los misterios, los cadáveres, los probables culpables que no lo son y los verdaderos autores que nadie tenía en mente (salvo, claro, la proverbial capacidad deductiva de Poirot). La dinámica es similar a la de muchas otras novelas y películas surgidas de la mente brillante de Agatha Christie: una docena de personajes con todo tipo de cruces e interacciones y en este caso -quedó dicho- la irrupción de lo fantástico (visiones, apariciones) que rompen un poco con esa sensación de déjà vu que tiene la saga.

Kenneth Branagh monopoliza buena parte de los planos y el resto acompaña: desde Tina Fey hasta Camille Cottin, pasando por Riccardo Scamarcio, Kelly Reilly, Jude Hill, Jamie Dornan, Rowan Robinson y Michelle Yeoh. Todos cumplen, nadie desentona, pero al mismo tiempo tampoco se destacan demasiado. Algo así como una reunión de eficaces profesionales que saben hacer lo suyo en tiempo y forma: no digo de taquito, pero sin arriesgar demasiado. Terminan ganando por la mínima, pero sin lujos ni goleadas.