Coppola, el representante, es una miniserie biográfica de seis episodios sobre la figura de Guillermo Coppola, conocido por haber sido durante dieciocho años el representante de Diego Armando Maradona y su mejor amigo.

Durante aquellos años y los posteriores, Coppola ha sido objeto de muchas polémicas, pero a la vez un personaje mediático contador de historias que representado algo de la personalidad chanta y pícara de los argentinos. Amado y odiado, su nombre figura en los entretelones del deporte, la crónica policial y también de una época de la televisión argentina. La miniserie busca hacer un retrato que capte, aunque sea de forma parcial, la esencia del personaje.

Las biografías cinematográficas están de moda y aunque siempre existieron, hoy parece estar en una edad de oro. La era del streaming no se queda acá y muchos personajes se han convertido en serie o miniserie. Monzón, Sandro, Maradona, Bonavena, Tevez y otros, han tenido su biografía de pantalla chica. Para que estas tengan éxito sólo se necesita que la figura sea recordada, aún siendo polémica. El caso de Coppola parecía desde el comienzo, un caso diferente, porque Coppola no es una estrella y porque además sigue trabajando y teniendo presencia en diferentes lugares, aún cuando su etapa de mayor exposición ha quedado atrás. Su costado oscuro, además, no genera simpatía alguna, por lo cual también era un enigma cómo se podía resolver su fama limitada y su ambigua reputación.

Ariel Winograd, showrunner y director de casi todos los episodios toma la decisión correcta: apostar a la ficción. Imprime la leyenda, les pone límite a las cosas más horribles y se lanza a hacer una comedia sobre un buscavidas que mediante la astucia y el ingenio, logró estar junto al jugador de fútbol más talentoso y famoso del siglo XX.  Tiene la colaboración de Mariano Cohn, Emanuel Diez, Gastón Duprat, guionistas de gran reputación actualmente por sus éxitos El encargado y Nada. Cohn y Duprat, además, son cineastas, pero aquí se conforman con escribir un guión inteligente que sabe aprovechar al personaje y jugar al límite para que el personaje sea tolerable a pesar de lo que es. A su favor tienen algo: todo lo que parece inverosímil seguro es verdad y todo lo que parece razonable es posible que sean inventado. O no, tal vez el límite sólo lo conozcan los involucrados. La victoria, en ese aspecto, es total. Les quedará a los expertos en Maradona, los casos policiales y la historia de la televisión, amargarse en la comparación y el chequeo y está bien si quieren hacerlo. Yo creo que lo mejor es entregarse al juego de mentiras que la serie propone, como quien se deja embaucar por el propio Coppola.

Juan Minujín se luce al no intentar lucirse. Imita algunos gestos, pero no lo copia del todo. El actor compone un personaje pero sin exageración. Si él no hubiera funcionado, la miniserie tampoco lo hubiera hecho. El resto del elenco es sólido, con caracterizaciones más miméticas que otras, con aciertos en la reconstrucción de personajes y con licencias que bordean la parodia. Rodolfo Ranni haciendo de Enzo Ferrari es un gag en sí mismo. También está Gerardo Romano, por lo que el dúo protagónico de la famosa serie de los noventas, Zona de riesgo, está completo. Y es que el acierto de Coppola, el representante, es jugar con los ochentas y los noventas. No sólo en la elección de canciones -no todas son de esa época- sino en la recreación de los medios. Desde Gativideo y Aries Cinematográfica hasta Canal 9 y las imágenes de VHS, se vuelve a vivir aquellos años en cada escena. Una versión sencilla y en clave de comedia del juego de texturas que usó Oliver Stone justamente en aquellos años. Ese trabajo vale la pena y hace que todo sea divertido y nos invite a falsear la realidad del personaje para acercarnos a la sensibilidad -o insensibilidad- de aquellos años. Momentos de menemismo en estado puro, con la misma irresponsabilidad ostentosa y sin futuro del período. Por momentos es una telecomedia, por momentos es Buenos muchachos, por momentos es una película de Olmedo, a punto tal que el actor que hace de Coppola joven parece actuar más como el cómico rosarino que como el representante de Maradona. No faltan personajes del espectáculo y la política, y algunos sutiles apuntes sobre ellos, en una mezcla de ficción y realidad que funciona.

Quienes busquen un retrato riguroso de la vida de Guillermo Esteban Coppola tal vez se sientan decepcionados o incluso ofendidos. Pero para quienes quieran ver el relato parcialmente real, parcialmente inventado de un personaje que parece de ficción, esta miniserie vale la pena. Sin llegar al descontrol total, la cantidad de inventos se adivina grande. O tal vez a la medida de las anécdotas que el propio Coppola se ha dedicado a narrar a cuánta persona quiera escucharlo. Seguramente muchas eran demasiado para ser incluidas o no eran graciosas. Tal vez algunas hubieran dañado la alegría de esta serie agridulce que al fin y al cabo cuenta la historia de amor entre dos hombres, uno de los cuales, Diego Armando Maradona, no es interpretado por nadie y está en off o en archivo. Su presencia igual es importante, él es el astro alrededor del cuál gira el satélite Coppola, quien al menos por esta vez, se convierte en el centro de la estrella.