La primera novela de Leticia D’Albenzio (Buenos Aires, 1983) es un policial bien pensado, que juega limpio y, sin hacer alardes de originalidad, consigue atrapar y sorprender al lector.
En el comienzo, situado en junio de 2014 en la ciudad de Buenos Aires, hay un crimen. Un boxeador e instructor de boxeo llamado Guido Segredo aparece muerto en su casa, desnudo en la bañera llena de agua. Luego la novela retrocede varios meses para presentar al resto de los personajes y desde ahí encaminarse al desenlace.
En la trama se entrecruzan dos grandes líneas argumentales (hay otras de menor importancia). Por un lado se presenta a Catalina Ricci (Cata), abogada de familia que trabaja en una Defensoría pública que trata con pacientes alojados en clínicas de salud mental. En paralelo está la historia de Jimena Morales, joven internada en uno de esos centros que tiene a Cata como abogada a cargo. Durante su internación, Jimena conoce y establece una relación íntima con una paciente que es la hermana del instructor que, más adelante, será asesinado.
A partir de allí el argumento se complica y gana ritmo y densidad. Disconforme con su vida profesional y atrapada en un vínculo de subordinación con su novio, que también es abogado, Cata resuelve tomar clases de boxeo. Intenta dominar la ansiedad y canalizar frustraciones de vieja data. La decisión la vinculará con el mismo entorno en el que se mueve el hombre que será asesinado.
Con una agilidad y fragmentación narrativa que imita la estructura de las series que hoy inundan las plataformas de streaming, la novela discurre por tres mundos, en apariencia muy diferentes: el del Derecho, los gimnasios y los centros de salud mental. A los tres la autora los dibuja con unas pocas pinceladas oportunas, que en el caso de los institutos psiquiátricos alcanzan mayor precisión y elocuencia. No falta el toque erótico, que se reparte a lo largo de las páginas hasta demorarse -signo de los tiempos- en una subtrama lésbica.
Pero a pesar de lo anterior, la novela funciona sin asestar golpes bajos ni entregarse en exceso a las convenciones típicas del progresismo políticamente correcto.