Cosas pequeñas como esas (2021), el cuarto libro de la escritora irlandesa Claire Keegan, traducido por Jorge Fondebrider y editado por Eterna Cadencia, llega tras casi dos años de pandemia. La historia simple, sencillamente contada en menos de noventa páginas, impacta con la contundencia de las grandes verdades dichas en voz tenue.

Es cierto que la contundencia en la narrativa de Keegan no es una novedad. Desde los cuentos de Antártida (1999), la autora nos tiene acostumbrados a entrar en los relatos a través de la cotidianeidad de los gestos y las rutinas hogareñas junto a la estufa tras las cortinas y los vidrios empañados, para luego dejarnos descalzos en la nieve de la intemperie, en medio del bosque norteamericano o la campiña irlandesa.

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¿Por qué esta nouvelle nos interpela sin tregua en la breve extensión de su relato de adviento? ¿Será que el ambiente navideño realmente convoca nuestras mejores intenciones y nos propone un examen de conciencia? ¿Será que la historia de las lavanderías de la Magdalena como telón de fondo de esta historia nos horroriza? ¿Acaso son cosas pequeñas (como un libro) las que definen el curso de nuestra existencia?

Bill Furlong viene de la nada, de “menos que la nada” dirán algunos. Es el hijo de una empleada doméstica soltera, a la que la familia le da la espalda al enterarse de su embarazo. Con la ayuda de Mrs. Wilson, una viuda protestante de posición acomodada para la que trabajaba su madre, Bill construye una existencia digna a los ojos de su comunidad. Tiene cabeza para los negocios, trabaja de manera incansable en el depósito de carbón y sostiene una familia de esposa y cinco hijas. Las manda a la mejor escuela del pueblo, las educa con austeridad y amorosos cuidados, y no falta a misa los domingos. Es amable con todos, porque como Mrs. Wilson decía, “para sacar lo mejor de la gente, uno siempre tenía que tratarla bien”.

En una comunidad de católicos y protestantes convive sin fricciones. Tiene buen trato y algunos hasta lo consideran un caballero.

Sin embargo, podemos sentir su inexplicable insatisfacción, sus indescifrables anhelos incumplidos, su pacífica y yerma felicidad. La muerte temprana de su madre ha dejado la incógnita sobre la identidad paterna, pero tampoco este misterio explica del todo el vacío que se abre como una cuña en su interior. “Durante días, algo duro se le había estado acumulando en el pecho”.

“Pero ¿nosotros estamos bien, no?” le pregunta a su esposa Eileen, sin saber muy bien a qué se refiere con su pregunta. Y ella lo reafirma en su convicción de permanecer en el lado correcto, de no arriesgar todo lo que han logrado, de no mezclar sus vidas con las de aquellos “que se buscan los problemas solos”. Ella, de quien se ha enamorado por su cabello negro y su practicidad, ella que siempre aborda primero las tareas difíciles y que mientras hace algo ya piensa en lo que hará después.

Furlong no puede evitar preguntarse “¿Cómo serían las cosas si se dieran el tiempo de pensar y de hacer un alto? ¿Sus vidas serían diferentes o muy parecidas, o simplemente perderían el control sobre sí mismos?”.

“Sí” señala la autora en una entrevista con Inés Garland, “en general reflexionar te lleva a algún lugar y no es un lugar sencillo”[1].

En su oscuro discurrir (que parece copiar al río Barrow junto al pueblo), en su actividad constante, Bill Furlong encuentra en la víspera de navidad un tiempo para pensar, y ese pensar lo llevará a un lugar incómodo. Este hombre que no le debe nada a la vida (en todo caso, podría pensarse que ha sido la vida quien le ha mezquinado bastante), que se construyó a sí mismo y que sostiene orgullosamente a su familia, se enfrenta a una decisión difícil. ¿Cuánta libertad puede permitirse? ¿Hasta qué punto es el dueño de sus acciones?

Escucha la voz adormecedora de Eileen que le habla de las ventanas que necesitarían cambiar el próximo año, de la torta navideña que ya deberían haber hecho, de lo que se le debe al carnicero y que podrán pagar con el regalo navideño de las hermanas del convento.

Escucha el consejo de Mrs. Kehoe que le señala que es inútil meterse en los asuntos de la Iglesia, que todos en el pueblo lo saben y no dicen nada, que están en connivencia, que pondrá en riesgo a su familia y todos sus logros.

Escucha eso que desde adentro le asegura que no podrá continuar viviendo de otra manera. El tema es, en todo caso, si podrá seguir entonces de esta manera, como hasta hoy.

Sabiendo que todo puede perderse en un instante, camina por el pueblo con su decisión tomada, ante la mirada de todos. “El hecho era que pagaría por eso, pero ni una sola vez a lo largo de su vida para nada especial, había conocido una felicidad semejante a esa”.

A partir de una narración prolija, con pinceladas costumbristas, la autora nos sitúa en una historia, nos pone en los pies del protagonista y nos transmite toda la tensión de uno de esos momentos bisagra en la vida de una persona en que se define su esencia. Todo puede perderse o ganarse entre la paz anodina de la costumbre y el salto a la verdadera existencia.

FUENTE: CONTINUIDADDELOSLIBROS