Por Petros Márkaris­

Tusquets Editores. 232 páginas­

Siempre es riesgoso escribir sobre acontecimientos que aún están en desarrollo porque nunca se sabe cómo terminarán. Petros Márkaris tomó ese riesgo con “Cuarentena”, un volumen que reúne siete relatos en los que no están ausentes la lógica del terror sanitario y las consecuencias del encierro, y el resultado es desparejo.

El comienzo es deslucido allí donde cabría esperar más fortaleza: los dos cuentos que tienen por protagonista al célebre comisario Kostas Jaritos, “Cuarentena” y “Me llamo Covid y mato”, ambos ambientados en épocas de encierros preventivos. Vistos ahora con el paso del tiempo, cuando los supuestos de la pandemia no resisten ya un análisis serio, es imposible observar el temor generalizado al contagio que allí se expresa sin recordar que el mundo editorial es muchas veces también un instrumento de adoctrinamiento social.

La lógica sin sentido que rige a los personajes en el plano sanitario no facilita, por cierto, la suspensión de la incredulidad necesaria para involucrarse en ambas pesquisas, que tampoco brillan por sí mismas. Márkaris no deja ninguna obviedad sin decir y así, por ejemplo, ante un crimen, los sospechosos de siempre pasan a ser (¿quiénes, si no?) los que rompen la cuarentena y protestan en la vía pública por el engaño mundial en torno al virus.

La modesta novedad que trae el primero de los escritos, “Cuarentena”, es que el comisario debe continuar una investigación pese a que queda confinado por haber tenido contacto estrecho con un contagiado. Pero ese mínimo interés por ver cómo se las arregla también se disipa pronto y hasta la vida cotidiana que se muestra en ese aislamiento doméstico forzado resulta inverosímil.

Con el tercer cuento las cosas mejoran un poco, a medida que Márkaris se despega de su comisario y dirige su mirada a los desposeídos, incluidos aquellos que dejó el confinamiento social que soportó Grecia, como sucedió en todo el mundo, con sus devastadores efectos económicos.

“El arte del terror” trata sobre los principales miedos que marcaron en su vida a un hombre de 80 años. Un repaso que comienza cuando ese hombre era apenas un niño y experimentó la ausencia de su padre, mantenido prisionero durante la guerra civil hasta que aceptó firmar su renuncia al comunismo, y prosigue con el conmocionante incendio de su terruño, el flagelo del desempleo y, claro, el coronavirus, que es otro nombre que recibe el miedo a la muerte.

La marginalidad y la desdicha centran por entero la atención de los dos siguientes relatos. “Centro de refugiados del coronavirus” conmueve con la historia de dos sintecho atenazados por el hambre que encuentran en las calles destellos de humanidad y compasión. Y “Los tres caballeros”, que trata sobre tres mendigos que tienen una suerte dispar en esa Atenas poblada de submundos de inmigración y violencia, interesa más por la pintura social que por la fugaz aparición del comisario Jaritos.

Algo similar ocurre con “La taberna de Karaguiosis”, que traslada la narración fuera de Grecia, donde lo más logrado es la semblanza de dos emigrados en Alemania, uno turco y el otro griego, que mantienen una furiosa rivalidad comercial donde se entremezcla el orgullo nacionalista, una enemistad a la que el autor vuelve a imprimir un aliento inspirador.

El retrato íntimo que por último traza Márkaris sobre la isla de Jalki, donde creció, es finalmente lo más cautivante de este volumen surtido y de lectura ligera, en el que el escritor vuelve a mostrarse preocupado por los perdedores del sistema, aunque esta vez -coronavirus mediante- sin denunciar “al sistema” que trajo los toques de queda, el encierro, más quebrantos, más ruina y más miseria.

Por: Agustín De Beitia / La Prensa