Por Ana Grynbaum

Los libros del inquisidor. 135 páginas

El personaje literario es viejo como la máquina de vapor. El hombre del subsuelo (¿por qué no hay mujeres cumpliendo este papel en las novelas?). Un añoso viaje, pues, desde Akaki Akákievich hasta Neftalí de Montevideo, que hoy venimos a presentar.

Ana Grynbaum, una de las voces más interesantes de la narrativa uruguaya actual, ha decidido recorrer en su más reciente nouvelle un sendero trillado pero no por eso menos encantador. Es la clásica historia de un patético cero a la izquierda, sin un cobre en el bolsillo ni razones para vivir, que finalmente encuentra un sentido a la existencia. A pesar de su mezquindad en páginas (ya volveremos sobre el punto), podría decirse que La auto-sospecha es una especie de bildungsroman. Una diminuta novela de aprendizaje.

Neftalí vive en la casona de una vieja inválida, medio pariente, bajo un régimen de semiesclavitud. Mal atiende a la despótica mujer a cambio de un altillo mugriento para dormir y las sobras de la comida. Se somete también al escrutinio neurótico. Explica con el símil eficaz porque ha dejado pudrir su talento en la desidia: “Preferí no funcionar, devenir bolsa de nylon enredada en la copa de un árbol; por decisión propia no sirvo para nada… hubiera querido ser optimista, pero naufrago en la mierda”.

Un día la señora se muere; más rápidos que un vencejo, familiares lejanos se presentan por la casa. Le dan venticuatro horas al inquilino para abandonarla; Neftalí tiene todo preparado para ahorcarse pero finalmente quien se queda con la propiedad es una sobrina nieta. Rocío, una muchacha tan ingenua como lastimada, planea abrir allí un comedero para pibes de la calle. “Por más indeseable que un hombre sea, siempre se le arrima alguna mujer”, se establece. Así pues, la trama evoluciona como suelen hacerlo estas historias menudas.

BLOQUECITOS

La urdimbre se construyó en bloquecitos. Hay una agradable alternancia entre el soliloquio de un Don Nadie y la narración en segunda persona del singular. Muestra la autora, además, una formidable destreza para acuñar sentencias. Cómo ésta de la página cuarenta y siente: “la verdad es frágil, exige acolchado… Me parece que todos compartimos la idea de que hay algo nuestro que no debemos revelar nunca, bajo ninguna circunstancia, incluso si desconocemos el contenido…”.

En el debe podría mencionarse la escasez de páginas. El lector voraz se queda con hambre. Sería necio acusar a la nouvelle de falta de ambición artística, la señora Grynbaum ha creado, nada menos, su propio sello editorial junto a su marido Ércole Lissardi (¡ah!, esos nombres uruguayos) para componer lo que les plazca, en especial para cultivar la literatura erótica, una apuesta sumamente audaz en estos tiempos de hipersexualidad mediática, que no es arte claro está. Hay un par de páginas eróticas, por cierto, en La auto-sospecha que son poesía pura, y muy buena.

Además, un comentarista nunca debería criticar a un perro porque no es un gato. Pero he aquí un chihuahua que tenía todas las condiciones para ser un gran danés, es decir una novela oceánica, con fascinantes personajes secundarios y un contexto de degradación moral y social que Ana Grynbaum prefirió esbozar al paso en lugar de desarrollarlos. Es una lástima, Onetti y Dostoievski están presentes en su escritura y se la da muy bien el retrato de Montevideo la fea.

Una última extrañeza. Como si se tratara de burbujas ácidas, consignas de izquierda emergen cada tanto. Habla Neftalí de conciencia de clase y hay un par de menciones despectivas de la meritocracia, del consumismo y del descastamiento de las napas inferiores de la burguesía media “a las que todos suponemos pertenecer”. Pero la moraleja del libro no proviene de Marx, sino del Nuevo Testamento. Es Corintios 13, 1 al 7.