Por Daniel Balderston.
Eudeba. 232 páginas.

“Lo marginal…” es una compilación de ensayos editados por el catedrático estadounidense Daniel Balderston, donde se analizan manuscritos de Borges.

Siempre hay algo más de Borges. Es como si los lectores necesitaran de su presencia, como si los especialistas o la literatura en sí misma, en su esencia más profunda, no pudiera soltarlo. Entonces reaparece o, mejor dicho, se lo reencuentra en cada esquina rosada.

Su prosapia de escritor de culto ha quedado afortunadamente al margen, al menos por ahora, de aquel recurso que tanto gusta de utilizar la industria editorial: el manuscrito olvidado. Nada parece haber en los cajones de Borges. Entonces lo que tenemos es la relectura, la interpretación, el análisis, las innumerables maneras de querer desentrañar sus misterios.

En este universo literario que lo evoca y lo invoca reaparecen sus cuentos, se publican sus clases dictadas en la Universidad de Buenos Aires, se multiplica la voz de su madre, Leonor Acevedo, narrando anécdotas de Georgie; o se intenta la ardua labor de descifrar y darle contenido a la simbología de su lápida en el cementerio de Plainpalais, en Ginebra, Suiza.

Se intenta todo para atornillar su presencia, para que no se escape, para que sigan brotando sus maravillas. Por esa senda transita Lo marginal es lo más bello, una compilación de ensayos reunidos y editados por el catedrático estadounidense Daniel Balderston, donde se analizan los manuscritos borgeanos.

El trabajo recala en las anotaciones a mano alzada que Borges ensayaba en los borradores de sus cuentos y poemas, sobre los márgenes, entre líneas, tachando, reescribiendo. Salen a la luz entonces el método del escritor, su perseverancia, la búsqueda de la excelencia. Y queda claro, aunque ya lo sabíamos, que para él las palabras tenían un valor sin par. En la línea que su lapicera surcaba no cabía cualquier vocablo, sólo el adecuado. Y había que buscarlo.

Ese Borges que todavía puede ver, aunque con dificultad, y escribir, ensaya en cada intento el esquema de la prueba y el error. Abre posibilidades lingüísticas como un abanico, se transforma en un trabajador del texto. Se pone el overol. Suponemos que goza, pero también quizás sufra en el proceso creativo. Insiste hasta que encuentra esa palabra, la palabra, que casi siempre resulta ser la más simple, la más sencilla. Y la engarza en su obra como un diamante.

Balderston sorprende a Borges trabajando. La pluma de Palermo abreva en mil fuentes bibliográficas para construir sus historias, trajina la biblioteca. En las páginas del libro se reproducen las fotografías de sus manuscritos, la letra diminuta, una fila de hormigas, el tachón, la flecha, la eterna búsqueda.

“No puede haber sino borradores”, dijo alguna vez Borges, que seguía corrigiendo sus cuentos y poemas aún cuando ya habían sido publicados.
Cualquier soporte es válido. No sabe escribir a máquina, y eso vuelve tortuosa la tarea de los editores. Pero encuentra el formato casi perfecto en un viejo cuaderno de contabilidad marca Carabella: escribe sobre la columna del Haber y deja la del Debe para las correcciones.

Siempre escribía, muestra el experto, profesor de Lenguas Modernas en la Universidad de Pittsburgh y director del Borges Center, dejando libre el margen izquierdo. Allí insertaría luego las correcciones, trabajaría el texto como un orfebre.

El legado de Jorge Luis Borges es un Aleph en sí mismo. No se restringe sólo a su obra narrativa y poética. Está lo publicado, pero también sus manuscritos, los borradores dispersos por el mundo, mayormente en poder de las Universidades norteamericanas. Y ese bagaje, sin dudas, lo mantiene vivo.

Por: Gustavo García / La Prensa