Por Alain Mabanckou
Edhasa. 200 páginas

Ají Picante es la más popular de las novelas del expatriado escritor congoleño de habla francesa Alain Mabanckou, una obra que fue traducida a una decena de idiomas y que está considerada, no sin exageración, entre las mejores que ha producido la literatura africana en los últimos años.

El protagonista de la historia, que se encarga de narrarla en primera persona, es al comienzo del libro un adolescente criado en un orfanato de Loango, en la República del Congo. En ese ámbito transcurre la primera mitad de la novela, en algún momento del último medio siglo. Su personaje dominante es Papá Moupelo, un sacerdote católico que catequiza a los niños y también juega y baila con ellos, los instruye y protege. El narrador lo define como “el padre espiritual de todos esos chicos que como yo no habían conocido al padre biológico”. Fue ese cura el que bautizó al protagonista con un nombre interminable que más adelante será reemplazado por el apodo del título: Ají Picante.

La vida del orfanato, recordada con nostalgia desde el presente impreciso en el que se ubica el narrador, sufrirá un golpe con la revolución comunista que triunfa en el país. Los nuevos gobernantes no tardan en expulsar a Papá Moupelo como parte de su campaña para erradicar la religión. En su lugar entronizan al socialismo científico y materialista. El marxismo y sus dictadores no toleran a Dios.

También la vida de Ají Picante cambia a partir de entonces. Desorientado sin la guía del sacerdote bonachón, se pliega a los nuevos aires revolucionarios hasta que aprovecha para fugarse del orfanato junto con unos mellizos pendencieros y dotados de poderes sobrenaturales.
De Loango los prófugos viajan a Pointe-Noire, la principal ciudad costera del país y su capital económica. Allí la historia se acelera y quema etapas. Ají Picante ya no es el huérfano desvalido. Ha crecido. Forma una temible pandilla con los hermanos, a los que termina dominando. Frecuenta los bajos fondos, conoce el hambre, la miseria y la enfermedad. Se enfrenta a otras bandas, trata a personajes ruines y bondadosos, incluso a una nueva protectora que será decisiva para empujar la historia hacia el desenlace, cuando el protagonista bordee ya los 40 años y trate de consumar alguna forma de venganza.

Mabanckou (Pointe-Noire, Congo, 1966), actualmente radicado en Estados Unidos donde es profesor de Literatura en la Universidad de California, cosechó aplausos y lectores con esta novela discreta, de ambiciones bastante modestas. Por su tono de ligera comedia y su tema trágico recuerda los grandes libros de Dickens, con sus personajes infantiles sumidos en la pobreza y la violencia, pero siempre rescatados por la bondad que sobrevive incluso en medio de la mayor desolación. El maestro inglés es una influencia reconocible pero no tanto su inmortal encanto literario.

En el libro también hay rastros del realismo mágico, algo coherente con la admiración que Mabanckou ha declarado por Gabriel García Márquez. Los ecos de Macondo resuenan gracias al desbordante entorno natural africano, la vigencia de la superstición y la magia, el peso que ejercen las diferentes etnias, castas y lenguas, la acumulación de tradiciones diversas y a veces contrapuestas. Todos esos afluentes vuelcan su caudal de relatos fragmentarios a la historia principal, que se nutre de esas digresiones o complementos para avanzar o ralentizarse en su recorrido.

Con estos mismos elementos Mabanckou pudo haber escrito un novelón realista, sobreabundante de violencia y con una estructura narrativa exigente y vertiginosa. Eligió en cambio contar un relato leve en el que el sonido y la furia se encuentran como amortiguados por el humor y por una mirada de general benevolencia. 

Por: Jorge Martínez / La Prensa