Por Alain Rouquié­

Edhasa. 224 páginas­

La historiografía del pasado reciente argentino sigue abrevando en las obras del francés Alain Rouquié, en particular los dos tomos de Poder militar y sociedad política en la Argentina, tema que, conviene recordarlo, también abordaron los cuatro volúmenes del estadounidense Robert Potash, más minuciosos y menos analíticos.

El libro más reciente de Rouquié (Millau, Francia, 1939) El llamado de las Américas, intenta un “ejercicio de memoria” que combina la autobiografía intelectual y el ensayo retrospectivo y comparativo sobre la evolución política y económica del continente al sur del Río Bravo.

En sus páginas pueden rastrearse los comienzos del interés de Rouquié por la América Latina (una expresión de origen francés) en su etapa de estudiante de Letras y Ciencia Política. Aquel joven provinciano, crítico de la guerra en Argelia y del franquismo, había descubierto la “otra” España, la de la cultura andaluza y la poesía de García Lorca. Ya entonces repudiaba el nacionalismo, el sectarismo y la intolerancia que remontaba al tiempo de los Reyes Católicos y se decantaba por modelos multiculturales (Yugoslavia, el Imperio Otomano, la Alejandría del cuarteto literario de Lawrence Durrell), de los que luego desconfiaría. Su ideal era la mezcla, la fusión, el mestizaje.

Un primer estudio sobre los liberales españoles de comienzos del siglo XIX lo vinculó con las contemporáneas experiencias emancipadoras de la América hispana. Escribiendo en un presente histórico define de este modo su interés: “lo que me atrae es el conocimiento de las sociedades a través de la política (o a la inversa)”. O, con más precisión: “Quiero esforzarme por entender el presente, descifrar los poderes y las dominaciones, pero en otra parte, lejos”.

Esa otra parte fue la Argentina de la década de 1960, primera escala de un periplo intelectual y laboral que ya con el gobierno de François Mitterrand lo llevaría a ocupar cargos diplomáticos en México, El Salvador y Brasil, y a dirigir el sector americano de la cancillería francesa.

Rouquié conocía a nuestro país por lo que había leído en Sobre héroes y tumbas (novela que lo fascinó y que recomendó traducir) y por la experiencia de su primera visita, en 1964. Aquella vez creyó detectar la “aparente legitimidad social” que bendecía al nacionalismo antinorteamericano o incluso antioccidental, la inexistencia de la izquierda y el dominio del espacio público por parte de la “derecha”. Hasta tuvo un encontronazo con militantes de Tacuara en la Avenida Santa Fe.

Había venido a estudiar el desarrollismo económico de Arturo Frondizi, pero el interés se amplió para derivar en los golpes militares, el cuestionamiento a la democracia y su inestabilidad crónica. Pasó un año aquí entre mayo de 1969 y junio de 1970 becado por la Fundación Nacional de Ciencias Políticas gala preparando su tesis doctoral, que luego se convertiría en su libro más famoso.

Pasadas las décadas, en la segunda parte de El llamado de las Américas Rouquié vuelve a indagar en el tema original y se replantea la historia y el presente del continente al que dedicó buena parte de su carrera. Reparte allí algunas ideas remanidas, ciertas opiniones discutibles y se demora en buscar explicaciones para la cíclica tensión de estas tierras entre democracia y autoritarismo, pese a que él mismo da con la respuesta obvia en la página 113: “El autoritarismo nace por el fracaso del régimen representativo y del Estado de derecho, del cual es la contracara”.

Los últimos dos capítulos del libro los dedica a revisar las características de ese fracaso político y económico, sus matices y las variables que contradicen las argumentaciones más transitadas. En este sentido, cabe destacar su disposición a aceptar que en otras partes del mundo, “ni las dictaduras ni la inestabilidad política parecen ser obstáculos insalvables en el camino hacia la modernidad industrial”. Lo señala refiriéndose a los casos exitosos de Corea del Sur, Taiwán y Singapur. Y agrega una hipótesis no siempre escuchada: que las próximas expresiones autoritarias de América Latina “se planteen como objetivo acelerar el desarrollo”, pero mirándose en el espejo chino.

Por: Jorge Martinez / La Prensa