Por Joseph Roth

Ediciones Godot. 158 páginas

Es posible que en estos tiempos a Joseph Roth lo hubiesen sacado a patadas de un taller literario. Tal vez se le hubiera cuestionado su profusa adjetivación que va directamente en contra de los manuales de los cónclaves de Palermo. Pero sus textos, que han vencido el paso del tiempo y sus circunstancias, vienen a demostrarnos, como si no lo supiésemos ya, que no existe una sola manera de escribir.

Como suele ocurrir en el arte, y en las letras en especial, la propia vida del autor permea hacia sus textos. Hay mucho de autobiográfico en estos personajes bebedores que caminan por la cornisa de la marginalidad. Hay mucho de la experiencia personal de Roth en la búsqueda de una patria perdida, de un seno que lo cobije.

La vida del autor ha sido forzosamente trashumante. Nacido en un pueblo del imperio austrohúngaro borrado del mapa por el devenir de las guerras y el nuevo trazado de las fronteras, Roth sufrió múltiples desgracias en el plano familiar, experiencias que hicieron mella en su alma. Debió abandonar sus tierras perseguido por el nazismo y sobrevivió a duras penas aporreando una máquina de escribir.

Que sus historias hayan pervivido es casi un milagro. Abandonado a su suerte, sin familia, pasó sus últimos años en un hospital de pobres de París, adonde finalmente falleció. Algunos de los textos publicados en La leyenda del santo bebedor son obras inéditas. En otros casos se trata de cuentos que, pese a tener un comienzo y un final definidos, son fragmentos de una novela que nunca llegó a editarse.

En estas historias la nostalgia se torna esencial. Los personajes añoran un pasado de esplendor o persiguen un futuro brumoso, indescifrable. Algunos párrafos exudan el dolor propio de quien ya no tiene adonde regresar. La búsqueda es, por lo tanto, tan inútil como desesperada.

Allí están entonces el mendigo que puja con sus propios vicios para pagar una deuda santa; el comerciante que lo deja todo para ir tras un sueño; el empleado del ferrocarril que no duda ni un instante en arriesgar su vida en la guerra para conquistar un amor imposible; el enamorado que elige huir a perseverar.

Visionario, se adelanta a su época y percibe con notable intuición los tiempos en los cuales la voracidad del mercado desplazará a la pasión política. De allí la elucubración que el autor se permite hacer mientras dos revolucionarios rusos transitan juntos por la estepa: “Acaso los dos caminaban con la tristeza orgullosa de un profeta mudo; acaso los dos registraban con letra invisible los síntomas de un futuro inhumano y tecnológicamente perfecto, cuyos signos eran el avión y el fútbol, y no la hoz y el martillo”.

Hay en todos estos relatos una búsqueda incesante, una búsqueda que no siempre depara hallazgos. Pero ese ir implica también una renuncia. Como en toda elección, cuando los personajes de Joseph Roth escogen un camino, necesariamente dejan atrás un pasado. Caminan entonces sobre los escombros de su vida y avanzan a ciegas rumbo a lo desconocido.