Por Kado Kostzer
Eudeba. 407 páginas

Kado Kostzer es un director y autor de teatro argentino con proyección internacional, ganador de premios aquí y allá. Y también fue un niño que se perdía entre los volúmenes de la librería de su padre en su Tucumán natal en los años “50. Leía de todo, vorazmente, y apenas pudo, ya de adolescente en Buenos Aires, comenzó a ver teatro con la misma intensidad. El resultado de esas primeras aproximaciones al mundo de las tablas está compilado es este voluminoso, detallado y muy suelto Antes del Di Tella. Emociones teatrales porteñas (1960-1965).

El material funciona como hermano del exitoso La generación del Di Tella y otras intoxicaciones, que el autor publicó cinco años atrás y en el que desgrana sus vivencias en primera persona como actor y asistente de dirección en el mítico espacio de la calle Florida.

Esta vez, y de manera similar a como hizo en el anterior volumen, Kostzer relata una serie de recuerdos -en modo bien “random”, como se dice ahora- que sirven también como pinceladas de época. Según el propio Kostzer reconoce, en el lustro referido en el título del libro, vio alrededor de 400 espectáculos.

“Estas “emociones” -explica en la introducción- tienen el carácter de tales. Son desordenadas y arbitrarias. No intentan constituirse en una bitácora de los espectáculos de esos años, ni tampoco en un “quién es quién” del teatro argentino. Gustos personales, circunstancias, oportunos o inoportunos olvidos rigen mi relato”. A confesión de parte…

Entonces, en su texto, Kostzer desenmascara a algunas figuras intocables como Inda Ledesma, prohibida en una época por supuesta “peligrosidad ideológica” -decían que era “comunista”-, y la muestra más cercana al racismo o a la homofobia.

También a doña Lola Membrives -ferviente franquista, ferviente peronista-, quien enviaba mensajes entre el General y el Generalísimo y que fue abucheada en el teatro el día que triunfó el golpe de estado de 1955.

Aparece la eficaz Olinda Bozán quien nunca seguía la letra pero deslumbraba a los espectadores. Y hacia el final, imagina a Pepito Cibrián escondido entre bambalinas en una obra musical de sus padres Ana María Campoy y Pepe Cibrián. Para Kostzer el adolescente Pepito seguramente “ya estaba mamando la esencia del género y soñando con futuras comedias musicales que en un futuro no muy lejano serían más de una vez verdaderas pesadillas para el espectador”.

Los recuerdos, con notas de amor y humor, se multiplican. Se advierte su admiración por Berta Singerman y sus recitados y las malas experiencias con el legendario Leónidas Barletta y sus “puestas primitivas” en el Teatro del Pueblo. Por supuesto, también destaca la irrupción de Griselda Gambaro con un estilo alejado del realismo social tan en boga por entonces y que fue muy castigado. 

En suma, quienes amen el teatro tendrán con este texto una buena oportunidad de descubrir -o recordar- personajes y situaciones clave de nuestra escena.

FUENTE: Juan Carlos Antón / La Prensa