Por Leonora Carrington
Fondo de Cultura Económica. 173 páginas

El costado inquietante, de intermediaria con un inframundo oscuro y perturbador que André Breton le atribuyó temprano en su vida, es el que se proyecta en casi todas las páginas de los relatos de la pintora y escritora surrealista Leonora Carrington (1917-2011), reunidos ahora en una nueva edición que incluye tres inéditos.

Pese a que en los primeros se distingue un cierto humor juvenil, no son cuentos para lectores convencionales. Casi todos pueden definirse también como fábulas siniestras, ejercicios de una sensibilidad aguda pero al mismo tiempo desmesurada en la distorsión de una realidad hostil, antipática.
Son pesadillas escritas con una prosa clara que tiende a la concisión. No es el estilo el que se desborda: es la imaginación sombría, trabajada por el absurdo, lo fantástico y buenas cucharadas de ácida ironía inglesa.

Priman los animales parlantes, en especial los caballos, que son cómplices o verdugos de los narradores; las metamorfosis impensadas; los conventos o los internados (Carrington los conoció de niña y adolescente), a los que se pinta con previsible trazo negro; la naturaleza que atrae y captura; el olor personal como rasgo central de identidad; los festines, las comilonas y los manjares; la indefinición sexual; los personajes estrafalarios, herméticos, unidos por algún secreto horrendo que puede explicarse o no en finales de resolución abierta.

Los primeros relatos del volumen, que además son los mejores, parecen expresar las inquietudes y deseos de la muchacha que los escribió (Carrington tenía unos veinte años en aquella etapa). Reflejan devaneos del corazón (“Un hombre enamorado”), el ingreso en la vida adulta (“La debutante”) o las exigencias y los límites de las relaciones familiares (“La dama oval”). Pero lo hacen, siempre, a partir de una fantasía desbocada y la exageración más delirante.

Hay además una clara división entre mujeres y hombres. Las primeras aparecen por lo general conectadas con algo mágico, sórdido o ultraterreno; los segundos, están ausentes, o se muestran perdidos, desorientados y al margen. Unas deciden, incluso para mal; los otros acatan, desdibujados. ¿Será ese un indicio del papel que se le atribuye a Carrington como pionera de cierto feminismo ya hegemónico?

Su vida, que concluyó hace diez años en México, el país en el que recaló durante la Segunda Guerra Mundial, fue larga, triste, intensa y agitada. En dos continentes participó de las vanguardias de disciplinas muy distintas. Fue musa y creadora. Conoció el amor desquiciado, la guerra, la locura, el consuelo del arte. “Es imposible no leer la historia de la vida de Leonora como uno de sus cuentos, ya que en ambos casos los sucesos son gobernados por el mismo extraño mecanismo de causa y efecto”, escribió Kathryn Davis, la autora del prólogo de esta edición. Tiene razón.

Por: Jorge Martínez / La Prensa