Por Marente de Moor
Añozluz Editora. 310 páginas

La relevancia está en lo que subyace. No es lo que surge a la vista, una historia bien contada donde prima el misterio, con algunos giros y otras pistas falsas, lo que se impone. Es la pintura de una cultura y una sociedad, la rusa, que no termina de acomodarse a la metamorfosis de su propio cuerpo.
Por ahí va Los grandes sonidos, la novela de la holandesa Marente de Moor, recientemente publicada en la Argentina. Hay algo en lo profundo del texto que cautiva. El título termina por ser apenas una excusa, un estado de situación en un momento dado. Detrás de la vida de Nadia y su viejo esposo Lev hay un país con un pasado que ahora no vale un Kopek. Y la nostalgia se les clava como una estaca.

¿Qué siente una persona cuando toda su vida, costumbres y encuadre político se desvanecen? ¿Cómo reaccionar ante el súbito cambio de valores? La Unión Soviética no había aún dejado de ser tal, aunque se advertía cierto proceso de inevitable descomposición, cuando la pareja de científicos decidió aislarse en el campo para crear su propio laboratorio.

Huyeron, a su manera, como tantos otros. Algunos marcharon fronteras afuera, ellos campo adentro. “A los emigrantes los consume más que a nadie en el mundo el temor de haber hecho una elección equivocada. Algunos no dejan de dudar toda su vida, hasta que los ahoga la amargura””, reflexiona la protagonista, y agrega: “”Mi generación fue desplazada de un país a otro sin moverse del lugar”.

En la soledad del bosque, con la naturaleza a merced para ser observada, Nadia desenvuelve un cáustico monólogo interior. La vieja madre Rusia la ha dejado huérfana. A mitad de camino, cuestiona a la patria soviética, pero también a este flamante capitalismo de plástico dorado. “Ahora estamos mejor, pero antes era más divertido”, le dice un amigo en su incómodo presente.

La novela acumula misterios, unos sobre otros como las capas de una cebolla. Se irán develando poco a poco, sin prisa pero sin pausa. La vida de Nadia encierra también una tragedia o varias, y una culpa que le vuelve como un búmeran.

En el devenir de los párrafos, en las sucesivas páginas, Marente de Moor logra despojarse de su mirada occidental para replicar el espíritu eslavo y encarnar en primera persona a esa mujer rusa que camina con su perro por el bosque, sin temor a los osos, entregada a lo incierto del destino.

Por: Gustavo García / La Prensa