Por Simone Weil
Ediciones Godot. 112 páginas

Sería tentador pero errado considerar a este brevísimo ensayo de Simone Weil como un manifiesto precursor de la “antipolítica” o de los movimientos hoy estigmatizados como “populistas”. En sus pocas páginas el libro contiene mucho más de lo que sugiere el título.

Lo que la filósofa francesa cuestionaba, resumiéndolo en las formaciones políticas modernas, era el espíritu partidista. El pensamiento sometido a banderías simbólicas que sustituyen el juicio individual y ahogan toda disidencia en la disciplina de las estructuras y los conductores.

Weil (1909 – 1943) veía en el sistema de partidos políticos nacido tras la Revolución Francesa tres características que hacían inevitable el tránsito hacia formas de totalitarismo. A su juicio esas formaciones eran máquinas de fabricar pasiones colectivas; estaban organizadas para “ejercer presión colectiva sobre el pensamiento de cada uno de los seres humanos que son miembros”, y su primer y único fin consistía en su propio crecimiento, sin límite alguno.

El razonamiento partidista, agregaba Weil, apaga en quienes lo practican la “luz interior” que naturalmente conduce a buscar la verdad objetiva, y que no depende de las lealtades de quien la expresa. Todo el que dentro de un partido siga esa luz estará engañando al partido. Quien no la siga, se engañará a sí mismo. Y el que pretenda compatibilizar libertad interior con obediencia exterior a su corriente política, habrá de engañar a los electores, ante quienes tiene el deber de decir la verdad.

Sin profundizar el concepto, Weil reconocía que este fenómeno, típico del ideologizado siglo XX, excedía el marco político y regía ya buena parte de la conducta humana. “Casi por todas partes, e incluso a veces por problemas puramente técnicos, la operación de tomar partido, de tomar posición a favor o en contra, ha sustituido la obligación de pensar -señalaba-. Es una lepra que ha tenido origen en los ambientes políticos y se ha extendido… casi a la totalidad del pensamiento”.

El remedio drástico que sugería era la supresión lisa y llana de los partidos, ese “mecanismo maravilloso en virtud del cual, a lo largo de todo un país, nadie se preocupa por discernir el bien, la verdad y la justicia en los asuntos públicos”.

Esta nueva edición de Apuntes sobre la supresión de los partidos políticos viene acompañada de otro texto breve, “Reflexiones sobre la revuelta”, que Weil escribió poco después de la humillante derrota de Francia en 1940. 

En un puñado de páginas la pensadora analizaba los méritos estratégicos y propagandísticos que tendría un alzamiento popular en la lucha, entonces no definida, contra la Alemania nazi. Al mismo tiempo alertaba sobre el peligro de que la Europa de posguerra, tironeada entre el dinero estadounidense y la prepotencia soviética, renunciara a los valores espirituales que le habían dado sustento y que crearon “la civilización única que se extendía por toda la cristiandad en la Edad Media”. Weil temía que la paz trajera odios internos irreconciliables entre patriotas y traidores, y proponía una fórmula que hoy rechazarían los biempensantes: olvido y perdón.

Por: Jorge Martínez / La Prensa