Por
Pieco. 112 páginas

De vez en cuando llega a nuestras manos un libro que nos sorprende por el atractivo de su escritura. Ahora, que esa prosa se oriente además a disponer el alma hacia la trascendencia, ya es algo inesperado. De esa improbable y feliz combinación se nutre la gozosa lectura de este primer libro de Ramiro Campodónico, Orar es recordar. Una obra cálida e intimista, que cautiva con el encanto de sus historias y la sutileza con que contempla la belleza de las cosas pequeñas, sabiendo que ellas permiten atisbar el misterio que se oculta tras el velo del mundo sensible.

A quien no sorprenderá todo esto es a los oyentes de radio Grote, donde este compositor, pianista y escritor tan fuera de lo común, tan alejado de lo efímero y lo mudable, por usar una expresión suya, conduce su programa El arca de la cultura. De hecho, son las reflexiones que escribió para abrir su programa las que dieron origen o inspiraron la casi treintena de textos reunidos en este volumen. Quien alguna vez lo haya escuchado reconocerá en estas páginas la misma cadencia pausada de su voz, la misma prosa poética y la misma hondura de sus reflexiones.

Campodónico (Buenos Aires, 1975) se considera a sí mismo “un peregrino del espíritu”. Y entre las historias que aquí despliega, cargadas de recuerdos personales y lecturas, asoman nada menos que distintas “estaciones de un peregrinaje interior”.

A veces son clásicos de la literatura o de la música las que disparan sus meditaciones, como sucede con C.S. Lewis, Plotino, Chesterton, Wagner, Rainer María Rilke o Faulkner, el Cantar de los Cantares o los cuentos de hadas de Charles Perrault y los hermanos Grimm.

Un pasaje o diálogo de El anillo del Nibelungo, Tannhauser, Parsifal, Las Enéadas o Las cartas del diablo a su sobrino son puntos de partida para remontar hacia grandes cuestiones como la añoranza del hogar infantil, la sacralidad del amor humano, el perfume de la belleza, la introspección, el dominio de sí mismo, la batalla espiritual o la nostalgia de Dios. Así ocurre también con la obra de teatro El Pájaro azul, de Maurice Maeterlinck, que da origen al título del libro.

Con una narración propia de los cuentos, donde no faltan alusiones, claro, a la música de Mahler, Schubert o Debussy, Campodónico -que es autor de otras publicaciones artísticas- envuelve al lector en una atmósfera cautivante, de una conmovedora ternura y poesía.

A ese clima contribuyen las hermosas evocaciones de su infancia y de su vida familiar, como aquella antigua estación de tren de un pueblo de campo que albergó a su padre, así como la sensibilidad que demuestra el autor para detenerse ante las cosas simples, sea una hoja seca y caída, una guirnalda de luciérnagas o las gotas de lluvia que se escurren por un vidrio.

Una contemplación semejante a la mirada de un enamorado que permite entender que todas las cosas pueden encerrar un silencioso mensaje o un reverso luminoso. Tal vez, como dice con notable penetración, porque “en el brillo de una lágrima espeja un Amor más grande que lo observa en la distancia”.

Esa clase de contemplación, ese “asombro agradecido” que el autor manifiesta haber incorporado hasta convertirlo en la disposición habitual de su alma, es lo que le hizo ver que hay una realidad, un mundo, más allá de los límites de los sentidos. Algo semejante -dice- a quien tantea en la penumbra hasta adivinar de a poco los contornos de figuras antes invisibles. Y esa percepción de que hay dos mundos, uno material y otro velado en principio a los sentidos, pero a la vez accesible para la fe y para quien preserva la mirada de niño, es el núcleo de sus meditaciones y aquello que le da significado a este trabajo.

No dos mundos propiamente -como explicará siguiendo a Newman en su precioso “El mundo angélico”, que tal vez sea el más notable de sus capítulos-, sino uno solo con dos manifestaciones, de las cuales la invisible es aquella donde Dios habita y donde se mueven los ángeles que sin embargo se comunican con nosotros.

El peregrinaje interior que aquí se nos muestra es el esfuerzo por cruzar ese umbral para atisbar ese Reino invisible o, como él lo llama, esa Patria verdadera y venidera, cuya añoranza puede ser despertada.

En este breve pero precioso libro, que es un magnífico estímulo intelectual y espiritual, Campodónico viene a decirnos que la llave para lograrlo está en el silencio, en la contemplación, en la oración convencida y a veces, también, en el arte. Porque, así como los poetas pueden “convocar en una palabra potencias invisibles que les son reveladas”, también la música “puede raptar al alma humana con su hechizo y elevarla a nuevos cielos nimbados de eternidad”.

Por: Agustín De Beitia / La Prensa