Por Roberto L. Elissalde
Sammartino Ediciones. 164 páginas

Este nuevo libro de Roberto L. Elissalde corrobora con creces la categórica sentencia de Lucio V. Mansilla: “si no hubiese cartas íntimas no habría historia verdadera”.

El hallazgo de un conjunto de cartas de Prilidiano Pueyrredón a la mujer que lo enamoró profundamente en Cádiz cuando ya era hombre maduro, y le dio una hija, ha permitido a este destacado historiador incursionar no sólo en un episodio completamente desconocido de la vida del pintor, sino aportar múltiples datos biográficos acerca de un personaje fundamental de la cultura argentina del siglo XIX.

Hijo de uno de los personajes claves de la Independencia argentina, cuya acción como director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata se recuerda por su decidido apoyo a la campaña libertadora de José de San Martín, y de María Calixta Tellechea, a la que su esposo doblaba, y más, en edad, Prilidiano tuvo los beneficios y sufrió las carencias del hijo único, aunque contara con una hermana mayor nacida de una relación tal vez prohibida.

Debió ser muy esperado por el matrimonio, pues luego del bautismo fue llevado a Luján para ponerlo bajo la protección de la Virgen y con el fin de dejar un objeto de plata en el altar en señal de agradecimiento.

Luego de los estudios elementales, sus padres decidieron llevarlo a Europa, con el objeto de que los ampliara y concretara su inclinación hacia una carrera lucrativa y poco cultivada en el Río de la Plata: la de arquitecto. Más allá de su formación como tal, el conocimiento de los tesoros artísticos en Italia y un año de residencia en Francia, más diferentes estadías en España, particularmente en Cádiz donde su padre poseía intereses comerciales, lo convirtieron en un eximio pintor que plasmó escenas y personajes no convencionales de su tierra natal.

En Cádiz se enamoró de una mujer del pueblo, que debió ser hermosa, Alejandra Heredia, con la que tuvo una hija, María Magdalena Alejandra Urbana, y en la misma ciudad comenzó, en 1853, un epistolario que continuó desde Sevilla, siguió durante el viaje de regreso a la Argentina y se prolongó hasta 1859, conjunto de cartas en el cual el artista explayó su amor, sus deseos, sus impresiones sobre diversos asuntos, pero también sus múltiples excusas para no volver a la ciudad que baña el Atlántico.

Desde sus afecciones provocadas por la glotonería, hasta las incidencias de viaje; desde las fútiles justificaciones para no volver, hasta las frecuentes referencias eróticas; desde su satisfacción a raíz de los progresos en la escritura por parte de Alejandra a las expresiones cariñosas para su hija, las cartas nos muestran un personaje cuyos rasgos físicos conocemos, sobre todo, por el magnífico autorretrato que pintó en 1861 cuando contaba 38 años, pero cuya intimidad aparecía velada.

Sin duda su madre, que estaba con él en España y lo tiranizaba, hubiese desfallecido si hubiera leído, por ejemplo, este párrafo: “Ya es de noche, y no veo para seguir escribiéndote. Pero si no veo el papel, tengo ante mis ojos tu imagen querida, y mi negra está presente en mi imaginación a todas horas. ¡Ay! ¡Ojalá fuese verdad! como verás en mis caricias mil veces mejor que en mis palabras como te quiero. ¿Habrá algo de tu cuerpo reservado para mis besos? Nada, Alejandra, nada. Ya verás las diabluras que haremos cuando esté a tu lado, tu amigo y verdadero para siempre”.
Prilidiano Pueyrredón, brillante artista, gourmet refinado, original arquitecto, enfermó aparentemente como consecuencia de su excesivo amor por el buen comer, y fue declinando hasta morir en 1870.

¿Por qué dejaron de escribirse? ¿Hay más correspondencia? ¿Qué fue de Alejandra y de su hija?, son preguntas que hasta hoy no tienen respuesta.
Pero estas cartas que brindan una faceta tan singular del artista, hubieran quedado en un oscuro expediente por mucho tiempo o para siempre si la veteranía de Elissalde para bucear en los archivos, fruto de su conocimiento de los principales repositorios argentinos, no lo hubiese llevado a rebuscar en un riquísimo fondo del Archivo General de la Nación, el de las sucesiones de la vieja Buenos Aires.

Pueyrredón murió soltero y apenas dejó cincuenta mil pesos a su hija gaditana, por lo que su gran fortuna pasó a parientes colaterales.
Alejandra, en procura de mejor destino para su hija y sin otros documentos que mostrar, aportó sus cartas a la sucesión, y por tal motivo este gran conocedor del siglo XIX que es Elissalde pudo hallarlas y publicarlas.

Al excelente estudio preliminar se suma un oportuno prólogo de la académica de Historia y de Letras Olga Fernández Latour de Botas.

Por: Miguel Angel De Marco / La Prensa