En el límite entre novela y poesía, esta historia publicada por Editorial Conejos se une mediante escenas breves, misteriosas y fragmentarias que nos van sumergiendo en el increíble mundo que anuncia su narrador.

“Un vecino dijo: Hoy, tener dinero en la mano es lo mismo que tirarlo por la ventana. Y yo pensé, eso es lo tengo que hacer: tirarlo por la ventana, como una ofrenda al cielo, para salir adelante. Mamá estuvo de acuerdo. De alguna forma, fue ella la que me impulsó en esta pasión, en este mundo increíble, el del espíritu”.

Así arranca Oscuras flores de duelo. Sin preámbulos: con el dinero, con la madre y con el espíritu. Con los tres grandes temas que conforman el hilo que hará avanzar su relato. En el límite entre novela y poesía, esta historia se une mediante escenas breves, misteriosas y fragmentarias que nos van sumergiendo en el increíble mundo que anuncia su narrador. Al igual que el libro que lo sostiene, este mundo, que más que increíble es muy particular, se nutre de la tensión de los bordes: entre lo mundano del dinero y lo esotérico. Entre el bien y el mal. Entre el amor y el odio. Entre el cielo y la tierra. Es en ese borde en el que sucede toda su magia. 

El protagonista de esta historia emprende un viaje aparentemente quieto: desde el mostrador de su santería observa, interviene y reflexiona. 

“La gente siempre necesita algún tipo de asistencia: algo en lo que creer. No lo digo como comerciante, lo digo como mediador. 

Lo mejor, y a veces lo único posible, es prenderle una vela a los santitos, rezar y esperar a ver qué pasa.

Encender una vela y quedarse mirando la llama, ese fueguito de nada, dignísimo todo el tiempo que dura; a mí me conmueve, porque se sostiene gracias a quien está dedicado, más allá de la química: el principal sostén es el espiritual, nuestra conexión con lo que está por encima de nosotros y no comprendemos, pero igual nos ampara”.

De eso se trata este libro, y acaso también, la vida entera: de la búsqueda de una experiencia de otro orden que le de un sentido a la vida en el plano de lo real.

Para escribir este texto releí el libro de Patricio por tercera vez. La primera vez fue en el marco de una maestría de escritura creativa que cursamos juntos. La segunda, cuando acepté la invitación para presentarlo y la tercera por puro gusto o necesidad. Todas las veces su lectura fue diferente. Oscuras flores de duelo es una especie de oráculo que te devuelve algo distinto cada vez que lo agarrás. Probablemente esa sensación se deba a que es un libro que busca respuestas para entender lo inexplicable de la vida y, como contracara de la misma moneda, de la muerte

“Cuando nos morimos no pasa nada. Pasa de todo y por ende no pasa nada.

Cuando mi madre murió, sentí que mi corazón se partía en dos pero también una especie de liberación, como un bloque de cemento retirado de mi espalda”.

Nuestro mago busca, a través de sus rituales, atravesar un duelo, encontrarle un sentido a lo que no tiene. Observa una mancha, el paso del tiempo en sus colores, las formas que va tomando. Busca descifrar su mensaje secreto. ¿Acaso un poeta como Patricio no intenta lo mismo con las palabras? El hilo de este relato me lleva a otro libro del autor. En Todo lo que sabemos del cielo, es también la presencia-ausencia de la madre la que impulsa la búsqueda de un sentido que resulta en sus poemas. 

Levrero decía que un buen narrador observador es el que fabrica con el estímulo de la imaginación del lector un estado de trance, durante el cual se vuelve receptivo a lo que no se dice, o sea a su entera presencia, a su alma. Y eso hace el mago de esta historia. Es en esas grietas entre sus misteriosos fragmentos, en lo que Patricio no nos cuenta, en donde se cuela el sentido. Y ese sentido, tal vez espiritual, tal vez material, aparece tan solo por un segundo. Creemos haberlo entendido y justo después, nos damos cuenta que no entendemos nada. 

“Veo a la gente corriendo para llegar al trabajo y para alcanzar el tren de vuelta pero al final todos aspiramos a lo mismo; aunque yo haga algo aparentemente distinto, sentado acá, siempre quieto; lo cierto es otra cosa y nada de lo que es, es”.

Por Ana Montes / Indiehoy